Andy Tran

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Fusilamientos del 3 de mayo, Francisco de Goya.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que me pregunté por el origen de la violencia en los seres humanos, si su origen sería biológico, es decir, si sería o no, una característica humana innata. Lo que sí recuerdo, con relativa claridad, es que hace unos veinte años la pregunta sobre la naturaleza de la violencia humana se me presentó al descubrir un libro en cuya portada aparecía Los fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya, una obra que me causó – y me sigue causando – una sensación profunda de injusticia y tristeza. Se trataba del libro Expedición a la violencia, del antropólogo Santiago Genovés, en el que explica su original y ambicioso experimento social, realizado en 1973.

 

De su investigación, recuerdo el que en ese momento consideré su hallazgo central: la violencia en los seres humanos no es natural, no tiene un origen biológico, sino que es producto de nuestra cultura, es decir, es aprendida. Los seres humanos aprendemos la violencia durante nuestras vidas.

A esta conclusión llegaron también 17 especialistas en diversas disciplinas científicas en 1986, cuando, convocados por la UNESCO, con motivo del Año Internacional de la Paz, se reunieron en Sevilla, España, para construir una postura unificadora sobre la violencia. Después expusieron sus conclusiones mediante cinco proposiciones básicas en un documento que constituye un parteaguas en los estudios sociales sobre la violencia, y que constituye las bases para los estudios sobre la paz: el Manifiesto de Sevilla, presentado y comentado por David Adams. 

Desde entonces, prevalece la visión que concibe y estudia la violencia como un ejercicio de poder entre las personas, como un fenómeno social, aprendido, que puede revertirse y transformarse, y no como un fenómeno biológico que determina y/o justifica la guerra y la discriminación entre las personas por su aspecto, sexo, cultura, origen o clase social.

Esta idea implica que así como aprendemos la violencia, también podemos desaprenderla, y podemos aprender a relacionarnos de forma pacífica. Es en estos procesos de desaprendizaje y aprendizaje donde el enfoque restaurativo puede incidir con efectividad porque pone el foco en los factores que permiten cultivar y fortalecer las relaciones entre las personas y sus comunidades.